Las separaciones son fases de transición, entendiendo por transición acontecimientos de la vida especialmente impactantes y decisivos. Todos pasamos por varias de estas fases en nuestra vida. Las transiciones conllevan caos, inquietud y búsqueda de algo nuevo.

Dejamos atrás nuestro antiguo estado, que ya pertenece al pasado y no podemos hacer volver. Se abre ante nosotros la incertidumbre, estamos aún en vilo, todavía no se ha establecido un nuevo orden. Por eso las transiciones son desestabilizantes por una parte, si bien por otra nos aportan la esperanza de que pronto llegaremos a otro estado. Pues bien, podemos en mayor o menor medida contribuir activamente a dar forma a estas fases.

¿Y ahora, qué?

También después de una separación dejamos atrás un estado del pasado, como es la pareja y todo lo que compartíamos. Y también se abre ante nosotros una fase de nuestra vida llena de nuevas exigencias. Dejamos la vivienda común, e incluso quizá cambiamos de lugar de residencia. Tenemos que encarrilar desde cero nuestra organización cotidiana. Hay miles de cosas administrativas que organizar: las cuestiones bancarias, la búsqueda de vivienda o, tal vez, de empleo, el papeleo del divorcio, quizá el cambio de centro escolar de los hijos o el asumir sola la responsabilidad de su educación, la negociación de la custodia y las visitas, etc.

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Es perfectamente normal y comprensible que en esta fase tengamos la sensación de que no llegamos a todo. También podemos ahora recaer en la tristeza, lo que nos pone todavía más difícil la tarea de hacer frente a todo lo que nos espera. Pero también habrá momentos en los que nos daremos cuenta de que ya hemos puesto en marcha muchas cosas; momentos en los que tal vez entre veamos nuevas perspectivas y en los que aumente nuestra confianza.

Antes de conseguir reorganizar nuestra vida y alcanzar otra vez cierta estabilidad, sentiremos aún con frecuencia incertidumbre, duda y temores. En estos momentos es importante hablar con amigos y contar con su cercanía emocional. Igual de importante es recibir apoyo concreto en cuestiones prácticas. Todo el que atraviesa una situación tan difícil como una separación necesita sus propios confidentes en quienes buscar respaldo, ante los que quejarse, delante de quienes puede llorar y con los que dar rienda suelta al enfado… pero a sabiendas de que con la separación también pueden cambiar la relación con quienes eran amigos comunes de la pareja, o las estrechas y amistosas relaciones de parentesco.

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Aparece aquí a menudo una gran incertidumbre en la relación entre las dos partes, la persona que se separa y los amigos. La familia y los amigos pueden manifestar las reacciones más diversas. Algunos se distancian y evitan el contacto con ambos ex cónyuges; otros se esfuerzan y ofrecen su ayuda, mientras que otros toman partido por —o son hostiles a— uno u otro de los que se separan. No es infrecuente que este último tipo de reacción acentúe las heridas o la discordia con el ex. Por eso es importante, en esta fase, elegir los contactos con prudencia. Las angustias y preocupaciones propias, la decepción y la cólera conviene compartirlas únicamente con un puñadito de personas de particular confianza y dispuestas a ayudar. Es también importante en esta fase no aislarse totalmente, sino buscar activamente el contacto con los amigos, aunque parezca que nos evitan. Si antes teníamos un buen contacto con los amigos, puede ser útil aclarar con ellos las cosas, para llegar a una situación más distendida.

Puede asimismo ayudarnos el hablar con personas que han pasado por situaciones comparables, o con otros conocidos que no sean comunes. A veces se inician así nuevas amistades: llegamos a intimar con gente a la que antes apenas conocíamos porque comparten nuestro destino.

Por supuesto nos pueden llamar a SOS Détresse para hablar sobre su situación.